Una señora que se recibió de farmacia en 3 años, rindiendo materias libres, escondida para que la familia no se diera cuenta que estudiaba. Después de unos años desafortunados económicamente, ella decide ejercer su profesión como farmacéutica, Y así a los 68 – 69 años de edad, ya jubilada, empieza a trabajar.
Un año después de empezar, me ofrece que la ayude a rendir un curso a distancia, ya que se rendía por computadora, y así, se pasaba noches estudiando, y cuando llegaba el sábado, la pasaba a buscar y nos íbamos al cyber a rendir. Pedíamos la computadora que se encontraba dentro de una cabina de teléfono, sacábamos los apuntes, y abríamos la página. ¡Y la viejita se ponía nerviosa! Como si fuera la primera vez que rindiera, y así rendíamos, Juntos, como si fuera una compañera de universidad. En el momento de leer la nota, Reía y saltaba, a los 70 años, todavía se sacaba 95 – 100% en los exámenes.
Ese mismo año, fue uno de mis peores años. Había dejado la universidad, tomaba muchas cosas que me hacían mal, estaba mal con migo mismo y Ella fue quien me ayudo. Aunque yo le decía que tomaba media botella de whisky a las 3 a.m de un martes, ella me decía que ya me iba a pasar, que era solo una etapa de cambio en mi vida, y así fue. Me dijo que estudiara, que tratara de aprender todo lo que pueda, que no cometa el error que cometió ella de no seguir con otra carrera. Y un día, me inscribí en la universidad, y hoy, 4 años más tarde, estoy esperando que me entreguen el titulo - titulo que es tanto mío como de ella- y planeando seguir otra carrera.
El examen duro 3 o 4 hs, la viejita se recorrió toda la universidad, hablo con todos mis compañeros, ella quería saber de los centros de estudiantes, de cómo me estaba yendo. Y de a rato cuando me asomaba la veía más nerviosa que yo. Finalmente cuando salgo y les cuento que había rendido bien, entre abrazos y saludos de compañeros, aparece ella y me abraza un rato largo, ninguno de los dos dijimos nada. Creo que nos sentíamos tan orgullosos de los dos; tanto que no hubo palabras más que un abrazo para demostrar eso.
Una semana más tarde la llevamos a su casa, caminando, con ganas de pelear y vivir, quería ir a la iglesia, quería trabajar, quería comer, quería vivir. Mi mama, santa madre, hizo lo inhumano, la bañaba, la cambiaba, se quedaba a dormir con ella, la levantaba y la llevaba al patio, y nunca con cara de tristeza, siempre alegre, siempre riendo aunque por dentro, lloraba.
Tenía 74 años, pero quería seguir viviendo. Cuidaba de mi abuelito, cuidaba de sus hijos, de sus nietos, de la gente del barrio y del que pidiera ayuda.
Todavía le debo mi título, tenía cuatro invitaciones para el día la entrega y una era para ella. Soñaba con el momento en que le diera ese papel que conseguí gracias a su ayuda y apoyo. Le debo mil cosas, sobre todo, la compañía que me dio, el cariño y mil abrazos. Hoy no puedo recordarla enferma, no sé porque, pero me acuerdo de ella sentada en su silla riendo de las boludeces que le cuento.
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