SIGANME LOS BUENOS ;)

20 de octubre de 2011

Vasos Vacios.


“No sé bien que día es hoy,  solo sé que te vi salir, y en cinco minutos perdí las letras para hablarte a vos”.  Cantando eso cruzaba la calle el día en el que despertó de una operación de anestesia general. A las pocas horas, me enteraría una de las peores noticias que me dieron. Inés tiene cáncer.
Una señora que se recibió de farmacia en 3 años, rindiendo materias libres, escondida para que la familia no se diera cuenta que estudiaba. Después de unos años desafortunados económicamente, ella decide ejercer su profesión como farmacéutica, Y así a los 68 – 69 años de edad, ya jubilada, empieza a trabajar.
Un año después de empezar, me ofrece que la ayude a rendir un curso a distancia, ya que se rendía por computadora, y así, se pasaba noches estudiando, y cuando llegaba el sábado, la pasaba a buscar y nos íbamos al cyber a rendir. Pedíamos la computadora que se encontraba dentro de una cabina de teléfono, sacábamos los apuntes, y abríamos la página. ¡Y la viejita se ponía nerviosa! Como si fuera la primera vez que rindiera, y así rendíamos, Juntos, como si fuera una compañera de universidad. En el momento de leer la nota, Reía y saltaba, a los 70 años, todavía se sacaba 95 – 100% en los exámenes.
 Ese mismo año, fue uno de mis peores años. Había dejado la universidad, tomaba muchas cosas que me hacían mal, estaba mal con migo mismo y Ella fue quien me ayudo. Aunque yo le decía que tomaba media botella de whisky a las 3 a.m de un martes, ella me decía que ya me iba a pasar, que era solo una etapa de cambio en mi vida, y así fue. Me dijo que estudiara, que tratara de aprender todo lo que pueda, que no cometa el error que cometió ella de no seguir con otra carrera. Y un día, me inscribí en la universidad, y hoy, 4 años más tarde, estoy esperando que me entreguen el titulo - titulo que es tanto mío como de ella- y planeando seguir otra carrera.
Y así paso el tiempo, visitas interminables de los sábados. Ella terminaba de comer y se sentaba a leer en un silloncito marrón en la cocina de su casa y casi siempre se quedaba dormida, y yo aparecía a la 1 de la tarde, y entraba despacito, pero se despertaba igual, se paraba y me dejaba sentarme a mí, y se sentaba en la silla del frente, y hablábamos, hablábamos de la vida, llorábamos, nos reíamos, peleábamos, hablábamos mucho de política, de ayudar a los humildes, de planes universitarios, y hasta de la militancia (ella militaba para el partido humanista). Hablábamos de religión, de ciencia, de salud.  Le contaba mis problemas y llorábamos juntos. Así, hasta las 9 de la noche, que me iba a mi casa feliz, desahogado.
Un día llego el momento de rendir mi última materia y cuando estaba por entrar a rendir, la veo a ella junto con mi papa y mi mama. Nunca voy a sentir de nuevo esa sensación de alegría, de verla sentadita en un cantero con la campera de lana tejida sobre las piernas, con una sonrisa que iluminaria una ciudad entera. La saludo y me dice al oído con vos trabada, “Estoy orgullosa de vos”.
El examen duro 3 o 4 hs, la viejita se recorrió toda la universidad, hablo con todos mis compañeros, ella quería saber de los centros de estudiantes, de cómo me estaba yendo. Y de a rato cuando me asomaba la veía más nerviosa que yo. Finalmente cuando salgo y les cuento que había rendido bien, entre abrazos y saludos de compañeros, aparece ella y me abraza un rato largo, ninguno de los dos dijimos nada. Creo que nos sentíamos tan orgullosos de los dos; tanto que no hubo palabras más que un abrazo para demostrar eso.
Cuatro meses más tarde, la vemos amarilla, con los ojitos amarillitos y cansada. Sabiamos que no era algo bueno, asique inmediatamente se le hacen todos los estudios necesarios, y si, tenía cáncer de hígado que le obstruía el conducto biliar. Cuando sale de la primera operación que le hacen, estaba con anastasia general, dormida, indefensa. Y en todo ese  tiempo en la clínica nunca me moví de su lado.
Una semana más tarde la llevamos a su casa, caminando, con ganas de pelear y vivir, quería ir a la iglesia, quería trabajar, quería comer, quería vivir. Mi mama, santa madre, hizo lo inhumano, la bañaba, la cambiaba, se quedaba a dormir con ella, la levantaba y la llevaba al patio, y nunca con cara de tristeza, siempre alegre, siempre riendo aunque por dentro, lloraba.
Llego su cumpleaños, ya bastante decaída por su enfermedad, mi viejo nos regala un globo blanco que tenia dibujada una carita feliz, y con mi hermanita que llevaba una torta y una vela prendida, entramos a la habitación donde estaba acostada cantándole el feliz cumpleaños con globos y todo. Dio la casualidad que justo llego mi tío, éramos muchos,  ella sonreía, y estaba contenta mas allá de todo. Y colgó el globito en el respaldar de la cama, todavía hasta el dia de hoy esta colgadito.
Al mes y 25 días declarada la enfermedad, mi abuela muere a las 13:00 de la tarde. Después de días de agonía sin dolor, pero en fin agonía. Se quedo dormidita para siempre.
Tenía 74 años, pero quería seguir viviendo. Cuidaba de mi abuelito, cuidaba de sus hijos, de sus nietos, de la gente del barrio y del que pidiera ayuda.
Todavía le debo mi título, tenía cuatro invitaciones para el día la entrega y una era para ella. Soñaba con el momento en que le diera ese papel que conseguí gracias a su ayuda y apoyo. Le debo mil cosas, sobre todo, la compañía que me dio, el cariño y mil abrazos. Hoy no puedo recordarla enferma, no sé porque, pero me acuerdo de ella sentada en su silla riendo de las boludeces que le cuento.
Siempre escribías una frase: “Te llamare, te seguiré ... Y llegaras.”  Espero que hayas llegado bien.  Te voy a extrañar viejita linda.
“Aquí te quiero decir, No te preocupes mi amor, Que yo te voy a entender, Que yo te voy a querer” (Andrés Calamaro – Vasos vacios).

Rodrigo Zabala.

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